REGISTRO DE
POETAS
ROSABETTY MUÑOZ / FLORENCIA SMITHS / SOLEDAD FARIÑA / DANIELA CATRILEO / ALEJANDRA GONZÁLEZ CELIS / VICTORIA RAMÍREZ / LAS BICHAS, CAMILA SULLIVAN Y ARIEL INOSTROZA / GLORIA DÜNKLER / VERÓNICA JIMÉNEZ / JULIETA MARCHANT / CONSUELO MARTÍNEZ / CARMEN AVENDAÑO / ROXANA MIRANDA RUPAILAF / MACARENA URZÚA / DAMSI FIGUEROA / GLADYS GONZÁLEZ
Proyecto de experimentación poético-musical que busca fusionar ambas disciplinas en un repertorio que se inscribe como propuesta en la tradición de las vanguardias de música y de poesía sonora, donde también concurren lo escénico y lo visual, conformando una experiencia estética compleja y pulsional, que se propone trabajar en la frontera de la música y la poesía, sin llegar a la canción, ni tampoco a la poesía sonora pura u obra indescifrable.
Verónica Jiménez
(Santiago, 1964)
Es escritora y periodista. Ha publicado los libros de poemas Islas flotantes (1998), Palabras hexagonales (2002), Nada tiene que ver el amor con el amor (2011) y La aridez y las piedras (2016), además de la novela Los emisarios (2015) y el ensayo Cantores que reflexionan. Cultura y poesía popular en Chile (2012, Premio Mejores Obras literarias del Consejo del Libro). Dirige la editorial Garceta.
Su poesía ha sido descrita por Javier Bello en el prólogo a Islas flotantes como “dolorosamente fundacional”, con una conciencia conformada por la relación con el paisaje y con su historia. En ella se combinan ecos del lenguaje bíblico y religioso con una mirada atenta al espacio y a las diversas voces que en él se entretejen. A veces se acerca más al relato, en los fragmentos en prosa, de los que los versos son como jirones desprendidos. Otras veces predomina la visión, la imagen que condensa experiencias, percepciones y ensoñación. “La poesía de Verónica Jiménez habla de amor y también de pescadores y de viajeros, del paisaje del sur, del pueblo mapuche, de la persistencia de tradiciones y traiciones, del largo e irremediable luto de todo un país, de una infancia en que la felicidad se confunde con el asombro y con el presentimiento del dolor”, escribe Alejandro Zambra a propósito de Nada tiene que ver el amor con el amor (La Tercera, 18 de septiembre 2011). En ella se entreveran de manera estrecha, indiscernible, la atención hacia el propio cuerpo y sus pulsiones, sus pasiones, con la mirada hacia otras vidas, otros tiempos, otras latitudes.
Sobre sus procesos de escritura, cuenta ella misma, en La palabra quebrada nº9 (marzo 2021): “Cuando escribo, tengo la sensación de estar practicando el primitivo arte de las taberneras, que lo único que me exige es actuar con entereza, mientras intento oír el latido de la piedra sobre la que me reclino. Ese oír, que también es ver, palpar, gustar y oler, es decir, percibir con todo el cuerpo, es una predisposición erótica hacia el poema; no es una cuestión simplemente sensorial o intelectual y no está sujeta solo a la voluntad de escribir, aún cuando los sentidos, la voluntad y el intelecto sean importantes en el proceso de escritura.”
Los textos que leyó para este Registro son intensos, concentrados y concisos como suelen serlo sus poemas. Hablan de cuerpos, hambre, heridas, del dolor y la memoria, de la angustia y del deseo. “Cocinar obedece al deseo de atestiguar”, escribe en uno de ellos. Escribir, en su caso, también.
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